Desde sus inicios como pionero en el Caribe, Cuba ha forjado una tradición cafetera que se siente en cada sorbo. El renombrado Café Cuba Serrano nace en el corazón de la Sierra Maestra, un santuario natural de cultivo junto a Sierra Rosario y Sierra Escambray. Tal es su legado que la UNESCO, en el año 2000, honró la región oriental del país como Patrimonio de la Humanidad, un tributo al florecimiento del café caribeño. Cuba, un museo viviente, ostenta la mayor concentración de ruinas de haciendas cafetaleras del mundo, un eco de su época dorada entre mediados del siglo XIX y principios del XX.
Aunque el resurgimiento del café es palpable, los desafíos de infraestructura persisten. El gobierno regula los precios de exportación y el consumo interno tiene sus limitaciones. A pesar de esto, la generosidad de la tierra cubana es asombrosa: sus suelos se regeneran naturalmente, eliminando la necesidad de fertilizantes. Las plantaciones, cobijadas por la sombra de los árboles, están a salvo de los caprichos del viento caribeño. La recolección, un arte ancestral, se hace a mano, y el viaje de los granos a las plantas de procesamiento, en muchos casos, se emprende en la calma de una mula.
La majestuosa Sierra Maestra, la espina dorsal montañosa de Cuba, se extiende por las provincias surorientales de Santiago de Cuba y Granma, donde el café encuentra su hogar ideal.
El «café lavado» es un testimonio de pureza: un proceso donde, tras el despulpe, las semillas son minuciosamente lavadas para liberarlas de cualquier residuo frutal, y luego son acariciadas por el sol hasta su secado. El resultado es un café de impecable claridad y uniformidad.
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